jueves, 17 de diciembre de 2009

La inmigración a España





Europa sufre la consecuencia de un continente devastado por las multinacionales. “... Son pobres que no tienen nada de nada. No entendí muy bien Si nada que vender o nada que perder, pero por lo que parece tiene usted alguna cosa que les pertenece.” Joan Manuel Serrat

La afluencia de inmigrantes africanos a España no deja de crecer, sólo en el último mes los que han pisado tierra hispana han superado con creces a los que lo hicieron durante todo 2005. Hasta el 29 de agosto pasado habían arribado a las islas Canarias 19035 inmigrantes africanos, un promedio diario de 656 personas. Son los que tienen éxito en su objetivo de alcanzar la ansiada “tierra de promisión”, decenas de miles de sus colegas transitan por puertos y playas buscando una oportunidad para saltar a Europa o quedan en el camino atravesando desiertos, devorados por las alimañas o engrosan las tumbas sin nombre de los náufragos.

En su comparencia en el Congreso de los Diputados el ministro del Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba, aseguró que 52757 personas fueron repatriadas con destino preferencial a Marruecos, Argelia, Malí, Nigeria, Senegal y Guinea Bissau. Informó también que la policía encargada de esos menesteres pasó de 1403 a 2239 efectivos y que los acuerdos con Marruecos frustraron el intento de alcanzar costas españolas de otros cuatro mil africanos.

En pocos meses la presión se trasladó de Ceuta y Melilla hacia Mauritania primero y a Senegal después. Donde, según una denuncia de las autoridades de la Comunidad Canaria, existen unas 15 mil embarcaciones (cayucos) dispuestas para emprender el cruce marítimo hacia el archipiélago.

Los reductos españoles del norte africano fueron acosados por miles de desesperados dispuestos a desafiar a los machetes y fusiles de las fuerzas represivas hispano marroquíes que cobraron víctimas sin compasión, a las púas cuchillo y cercas de seis metros de altura, con el objetivo de que un salto triunfal los depositara en territorio español.

Esta afluencia migratoria fue tolerada en primera instancia por el totalitarismo marroquí como una forma de chantajear a la Unión Europea. Una vez que obtuvieron las ansiadas prebendas se desató una salvaje persecución y se llegó a abandonar en el Sahara en el más cruel desamparo a cientos de frustrados inmigrantes, sin que se conmoviera la “sensibilidad” de los gobernantes europeos.

Así se van desplazando los improvisados puertos de partida sin que desaparezcan las verdaderas causas del fenómeno que crece a pasos agigantados: la formidable presión expulsiva de la sociedad africana que promueve las vías más patéticas y trágicas de huida.

Recorriendo miles de kilómetros hasta arribar a la costa trampolín; invirtiendo miles de euros de ahorro familiar; saltando cercas, muros o alambradas de púas; en frágiles pateras o cayucos; soportando tempestades, hambre y hacinamiento decenas de miles de jóvenes africanos se proponen vencer al sin futuro y a la muerte.

Repiten las anónimas peripecias de los primeros humanos que salieron de su cuna africana a poblar el mundo. A ellos los impulsaban también la búsqueda de mejores perspectivas, pero las causas eran muy distintas. Mientras esos hombres primitivos eran empujados por causas naturales, los emigrantes de hoy son motorizados por la paradójica conjunción de las enormes riquezas existentes y el inescrupuloso desenfreno que genera su apropiación.

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